Hace
unos días iba caminando y pasé por la puerta de su casa. Siempre es raro pasar
por ahí desde hace dos noviembres.
En
esos segundos que tardo en pasar por su frente, vienen una cantidad infinita de
recuerdos, sonidos, y olores que siguen conmigo aunque ya no esté más pasando
por su puerta.
¿Cuántos
recuerdos pueden contener el frente de una casa?
Hasta
me parece escuchar su risa fuerte, a Pluto el perro pequinés que gruñía y
ladraba cuando con mis hermanas llenábamos la casa de ruido.
Delia
nos cuidada a mis hermanas y a mí cuando éramos chicas, vivía a una cuadra de
nuestra casa. Tenía la misma edad que la mamá de mi mamá, entonces encontró
todas las excusas necesarias para adoptarnos como abuela postiza. Y nos
hizo sentir siempre así, como las nietas.
Hablaba
fuerte y su risa también lo era. Tenía los ojos tristes, un marido que italiano
alto que parecía un señor pero algunas veces la había golpeado, cargaba con la
muerte de un hijito que se había ahogado en la pileta enorme que estaba en su
patio.
Ahora
de grande me preguntó: ¿Cómo habrá hecho para tener esa pileta y verla todos los días sabiendo que su hijo murió
ahí?
Nos hacía
unas chocolatadas en taza gigante, y había que tomarla toda sin ninguna excusa.
Nos hacia dejar la casa ordenada antes de ir a la escuela. La respuesta segura a “no tengo que ponerme”
era “es porque tenés demasiada ropa”
Todos los 2
de julio, preparaba chocolate y mondongo para su cumpleaños. Comer mondongo o
tomar chocolate es acordarme de ella.
Falleció un
día de noviembre, llegué a mi casa después de trabajar, sonó el teléfono y era
mi mamá para contarme que había fallecido. Recuerdo esa sensación de sorpresa,
pero de la triste.
Batallo con
un cáncer con una valentía que no había visto en ninguna otra persona.
¿Cómo podía
ser que no le hubiesen dejado pelearla un poco más?
Esta conmigo
cada vez que mi casa está limpia, ordenada y con flores en la mesa, en cada
chocolatada, cada vez que hago pan dulce para navidad y pienso en llevarle uno
aunque luego caigo a cuentas que ya no puedo hacerlo.
Mejor dicho está conmigo
siempre, o al menos va a estarlo hasta que no pueda recordar más su risa fuerte.