Mi nonno

(Recordar: Del latín re-cordaris, volver a pasar por el corazón)

Mi abuelo llegó a la Argentina cuando tenía 18 años, sus padres y sus cinco hermanos quedaron en Italia. Como todo buen Italiano e inmigrante en su vida hizo dos cosas fundamentalmente: trabajar y cantar. Durante cuarenta años tuvo con mi abuela una panadería-donde hacían las mejores tortitas negras del mundo-, que estaba casi cruzando la calle donde yo iba al colegio.
Algunos medio día nos traía hasta casa o íbamos a almorzar a la suya con mis hermanas, nos iba enseñando malas palabras en dialecto que mi mamá no quería que repitiésemos -que ya casi ninguna recuerda-.
Cuando ya habíamos crecido lo suficiente para saber las tablas nos preguntaba a menudo cuanto era ocho por siete, y siete por ocho.No preguntaba ninguna otra más, pero nunca se me dio por preguntarle por qué.
La comida era casi sagrada-típico de casa de inmigrantes de post-guerra- casi ninguno podía dejar el plato con comida. Siempre sobraba porque siempre se calculaba mal, siempre esperando a más.Cada celebración  era una fiesta eterna.
Mi abuelo vivía cantando, casi todas canciones en italiano.Cada fin de año cantaba una canzoneta italiana en donde te deseaba entre otras cosas mil años de felicidad-que yo no pude aprenderme entera nunca- y cantaba otra que trataba,  que siempre había que estar erguidos y mirando al sol como las amapolas.
Mi abuelo, mi nonno, murió el viernes 10 a la mañana un día de otoño de sol.
La verdad es que no pude haber tenido un abuelo mejor, que me dejara tantas enseñanzas de vida.
Nunca había notado cuanto me parecía a él, cómo en estos últimos días.